domingo, 10 de julio de 2011

Política/Sobre una revolución inconclusa: del peronismo clásico al Kirchnerismo de hoy

07 julio 2011

Sobre una revolución inconclusa: del peronismo clásico al Kirchenerismo de hoy

Por Rubén A. Liggera
(
para La Tecl@ Eñe)



“Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos”
Cnel. Juan Domingo Perón, 10 de Octubre de 1945

“Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”
Pte. Néstor C. Kirchner, 25 de Mayo de 2003




Ilustración: Schiefelbein Ignacio

Existen varias “periodizaciones “del peronismo. Ricardo Sidicaro (2005) desarrolla tres peronismos y Alejandro Horowicz (1983), describe cuatro etapas en la historia peronista. Desde el punto de vista de la comprensión y pedagogía de los movimientos sociales resultan muy útiles. Lo cierto es que podemos tomar algunos momentos significativos del peronismo desde su creación a los inquietantes días que nos tocan vivir, para la narración de los últimos setenta años de nuestra historia y además, si fuera posible, realizar alguna prospección hacia el futuro.
El peronismo “clásico” (1945-1955) es considerado el hecho histórico más transformador y trascendente del siglo pasado.
A grandes rasgos significó desde el punto de vista político la participación activa de las clases populares en los ámbitos de decisión estatal; en lo social, la dignificación de los trabajadores y de la mujer y en lo económico consumo interno y desarrollo industrial por sustitución de importaciones. La cultura popular alcanzó su máximo esplendor en el modelo nacional de bienestar.
Fue una década valiosa en todo sentido. Tanto es así, que aún hoy, a pesar de los variados intentos de negación, olvido y destrucción, -con el decreto 4161 incluido- la doctrina permanece en la memoria popular dando muestras de vitalidad y en permanente transformación.
Pero esa revolución original y pacífica, previsiblemente, generó enconos, malestar, rechazo y violencia en los detentadores del poder tradicional en Argentina. La autodenominada “Revolución Libertadora” puede considerarse una contrarrevolución en todo sentido, llena de odio y revancha. Interrumpió un proceso de liberación popular y generó una represión violentísima del Estado contra los leales a Perón, que como sabemos, será la simiente de los años amargos que vendrán más adelante.
Con avances y retrocesos, contradicciones, defecciones, actos heroicos y traiciones varias, el “kirchnerismo” o peronismo kirchnerista o peronismo “ampliado” de corte transversal, si acaso fuera viable, nos ofrece aún hoy la posibilidad de completar el largo período histórico que nació en 1945.
Sobre la resistencia de “tiza y carbón” después del ´55 se construyó un relato épico del amplio rechazo del pueblo peronista a los vejámenes, persecuciones y crímenes de los “libertadores”(o también considerados con justicia “fusiladores”). Con el líder en el exilio y Evita sepultada en algún lugar ignoto se forjó una identidad de lucha y solidaridad, especialmente desde la clase obrera y jóvenes que habían gozado de las bondades del régimen.
El “pacto” del ´58 quizás pudo haber sido una nueva etapa para el peronismo; superadora de antinomias y continuadora del proceso industrialista del primer peronismo fue incomprendido por muchos dirigentes-incluso Perón-y finalmente, constituyó una nueva frustración para las aspiraciones de paz y trabajo para las masas populares. Un nuevo golpe liberal (o “gorila”) en 1962 no hizo más que retrotraernos a una añorada cultura litoral portuaria y colonizada. Para decirlo literalmente: “dependiente” y esto concebido en todos los aspectos, desde lo económico a lo ideológico. Bastaría releer la siempre vigente obra de Arturo Jauretche para entender de qué hablamos cuando decimos “colonización pedagógica”, “medio pelo” y demás “zonceras “criollas.
¿Era posible pensar un peronismo sin Perón? Una corriente “neoperonista” hacia los ´60 fue una tentación para algunos sindicalistas y ex funcionarios (el “Lobo” Vandor, Bramuglia, los Sapag). Aunque Perón tenía su poder intacto y le costó poco recobrar un liderazgo puesto en duda.
Las denominadas”formaciones especiales” –FAR, FAP, Montoneros-integrada en su mayoría por jóvenes universitarios de clase media jaquearon a los militares usurpadores del poder (“Revolución Argentina”, 1966-1973); el “Cordobazo” y otros levantamientos populares demostraron que la alianza entre trabajadores y estudiantes era posible.
“Cámpora al Gobierno, Perón al poder” fue mucho más que un eslogan de campaña. Ante la proscripción del líder, fue la fórmula que expresó en las urnas la recuperación del poder popular. La “primavera camporista” fue un sueño fugaz. Luego de los disturbios de Ezeiza el 20 de junio de 1973, Cámpora debió renunciar y convocar a nuevas elecciones. Perón, ya viejo y enfermo es acompañado por su mujer, Isabel Martínez. Pero el General ya no era el mismo-o no podía lo mismo-e Isabel no era Evita. Perón no sería socialista una vez llegado a la tercera presidencia. La “juventud maravillosa” se atrevió a cuestionar el poder del Jefe, pero también, equivocó la táctica y la estrategia. Además de enfrentarlo abiertamente se decidió por la lógica militarista. Y el anciano general, iracundo, los expulsa del movimiento y consiente que se los reprima ilegalmente al haber optado por el modelo “justicialista” (ni yanquis ni marxistas); aunque la derecha haya tenido vía libre para sus gravísimas tropelías. El accionar paraestatal de la AAA fue un”ensayo general para la muerte”, como diría el cantautor catalán. El asesinato político, el terror, el exilio, la desaparición forzada de personas se multiplicarán luego con el terrorismo de estado ejercido por las juntas militares entre el ´76 y el ´83. Otra vez el peronismo fue sujeto de represión y violencia extrema. Pero luego de un nuevo fracaso cívico-militar, en 1983 el peronismo no pudo recuperar el gobierno. Sin embargo, la experiencia alfonsinista con sus políticas antipopulares (Plan Austral, Plan Primavera, Ley Mucci, etc.), dejó el camino expedito para que nuevamente el peronismo se impusiera en las urnas. Con una novedad, Carlos Menem, abandonó sus promesas de “salariazo y revolución productiva” y abrazó los postulados neoliberales del “Consenso de Washington”.
La década menemista significó un retroceso fenomenal en lo económico, social y cultural. No se conoce nada igual. Para muchos de nosotros era impensable que se destruyera el aparato productivo, se excluyera a millones de personas y se las condenara al hambre y a la humillación de la desocupación; la deuda externa continuó siendo una bola de nieve; la banalidad de la cultura y la farandulización de la política fueron la máxima demostración de nuestra desintegración social. Ya nada sería igual. Cabe preguntarse a los propósitos de esta nota: ¿Puede considerarse al menemismo como una expresión del peronismo? Sin dudas que no, pero en lo formal conservó el aparato partidario y aunque resulte increíble, se adaptó a los nuevos tiempos de la globalización y se embanderó con las ideas de sus enemigos de antaño. Argentina era una fiesta. Pero quienes se consideraban peronistas de Perón y Evita, depositarios de la fe, la mística y el credo, buscaron otros rumbos. El Polo Social, el MTA, el CTA, movimientos sociales de desocupados, etc. Otra vez el peronismo dividido y en colisión.
Vedada la posibilidad de Menem de presentarse para un nuevo período, el poder se las ingenió para mantenerse en el trono. Sin embargo le duraría poco. Con los mismos principios económicos, la experiencia de la Alianza tocó fondo. La ineptitud de De la Rúa y la obstinación de Cavallo hicieron estallar de ira a las masas populares. Y la respuesta fue la represión. Más de treinta muertos fue el saldo de la impotencia del gobierno.”¡Que se vayan todos!” es la consigna de la anti política, amplificada por los grandes medios.
Y a remarla otra vez. Luego del breve período duhaldista llegamos a las elecciones del 2003. Un ignoto candidato venido del sur con apenas el 22 % de los votos y ante la defección de su rival, accede al poder. Y pronto mostrará sus cartas.
Todos conocen cómo el Presidente Kirchner pudo realizar algunas transformaciones importantes en lo económico y social que fueron continuadas por su esposa, Cristina Fernández. También cómo luego de la asonada agraria de 2008 polarizaron el espectro político poniendo todo blanco sobre negro. Cómo fueron construyendo poder con sobrevivientes “setentistas”, girones del PJ, movimientos sociales, organizaciones de derechos humanos y parcialidades de otros partidos políticos (Humanistas, socialistas, los llamados “radicales K”) Y a medida de fueron avanzando en sus reformas, fueron logrando adhesiones de gran parte de la ciudadanía considerada a sí misma como “independiente”. Esa necesaria alianza estratégica -como en la etapa fundacional- es con el movimiento obrero organizado, cada vez más poderoso debido a la reindustrialización del país. Sobre un molde neodesarrollista, nacional y popular, se retoman las banderas del ´45: independencia económica, soberanía política y justicia social. Y en el nuevo siglo, con respeto irrestricto por los derechos humanos y las libertades individuales.
Luego del intento transversal, Kirchner vuelve sobre el “aparato” duhaldista, controlado por su antiguo mentor. El peligro era convertirse en otro Duhalde- le dice José pablo Feinmann al presidente, y éste le contesta:”…pero si no le saco el aparato, él me va a sacar a patadas en el culo de todas partes. Hasta de la presidencia.”(El Flaco. Conversaciones irreverentes con Néstor Kirchner, 2011, pág.12) La cuestión era lograr y conservar poder, de lo contrario, convalidaría la teoría del “chirolismo”kirchnerista.
Hoy el peronismo se encuentra inmerso en un nuevo debate interno entre una derecha conservadora y el peronismo kirchenerista y sus aliados. Un populismo progresista afín a la tradición movimientista, multisectorial y policlasista bajo el liderazgo inicial de Néstor Kirchner y ahora continuado por su esposa, la Presidente Cristina Fernández, ya en busca de su reelección.
Disputa apasionante, por cierto. Pacífica, por suerte. Pero quien logre imponerse ideológicamente avanzará o retrocederá el proceso histórico. Así de simple. O un futuro con enormes posibilidades de cambio o la restauración conservadora.
Igual que hace más de medio siglo. La opción es nuestra: retardar o consumar una revolución inconclusa.
No importa cuánto tiempo emplearemos, pero, cuanto menos, mucho mejor.

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